San Salvador de Jujuy, Argentina – La muerte de Adriana Silvia Armella, vicedirectora de la Escuela Normal «Juan Ignacio Gorriti», ha desatado un profundo debate sobre el desgaste profesional y la precarización laboral en el ámbito educativo. La docente, de 56 años, se descompensó en medio de una tensa reunión de padres, fue trasladada de urgencia a un hospital, pero horas después perdió la vida a causa de un accidente cerebrovascular (ACV).
El hecho ha conmocionado a la comunidad educativa y ha puesto en evidencia una realidad preocupante: la sobrecarga emocional y física que enfrentan los docentes en su día a día. Según sus colegas, Adriana “dedicó años a sembrar futuro” en un entorno donde los desafíos van mucho más allá de la enseñanza. En un comunicado emitido por el colectivo docente de la institución, los maestros expresaron su dolor y frustración ante una situación que, denuncian, se ha vuelto insostenible.
Los docentes describen un panorama en el que, además de impartir conocimientos, deben asumir roles de psicólogos, mediadores familiares y hasta gestores administrativos en un sistema que prioriza los trámites burocráticos por encima de las personas. La falta de acompañamiento estatal, la sobrepoblación en las aulas y la creciente demanda de las familias, muchas veces ajenas a las limitaciones del sistema educativo, han convertido la labor docente en una carga que excede sus capacidades.
“La escuela se ha convertido en un espacio de contención ante problemáticas sociales profundas, pero sin los recursos adecuados. Nos piden resultados inmediatos sin atender el desgaste que esto nos genera. ¿Hasta cuándo?”, se preguntan en la misiva.
El fallecimiento de Adriana no es un caso aislado. Los docentes advierten que el estrés y las condiciones laborales precarias están poniendo en riesgo la salud de muchos profesionales de la educación. Exigen medidas urgentes para evitar que tragedias como esta se repitan.
La comunidad educativa ha convertido a Adriana en un símbolo de lucha. “Cada vez que una docente cae exhausta, se apaga una luz en la comunidad”, señalaron sus compañeros, comprometiéndose a que su nombre no quede en el olvido. Piden que su muerte no sea en vano y que sirva como un punto de inflexión para repensar las condiciones en las que trabajan los educadores en Argentina.
La pregunta que dejó su partida sigue resonando con fuerza: “¿La escuela vale nuestras vidas?” Mientras tanto, el sistema educativo enfrenta un dilema que no puede seguir postergando: proteger a quienes, con esfuerzo y dedicación, sostienen el futuro de las nuevas generaciones.
