Como dice la canción de ChocQuibTown, “yo ya me voy, tras de ti, a las playas de Nuquí”.
POR: LA SILLA VACIA
De seguro varios de ustedes han escuchado hablar de Nuquí, de sus hermosas playas, del mar encantador y de lo linda que es su gente. Para quienes no han escuchado nada acerca de Nuquí y no tienen ni idea de qué les hablo, les invito a buscar y conocer un poco más de nuestro país.
Y no es que les quiera hablar de turismo. Hoy quisiera hablarles de otra cosa: de la Nuquí silenciosa.
El corregimiento de Arusí, que cuenta con 435 habitantes, se encuentra ubicado al norte del Chocó y es el último corregimiento al sur de la cabecera municipal de Nuquí, trazando el límite con el municipio del Bajo Baudó en el corregimiento de Cuevita. Se extiende a lo largo de la playa y al oriente limita con el corregimiento de Apartadó; al occidente, con Cabo Corrientes; al norte, con el Océano Pacífico; y al sur, con el corregimiento de Cuevita.
Hace muchos años, mis padres, que viven en el corregimiento de Arusí, tuvieron que tomar la decisión de enviar a una niña de 11 años a Cali con el objetivo de que pudiera acceder al bachillerato y, así, al menos asegurar que terminara el colegio.
Hoy celebro la posibilidad de que algunos corregimientos de Nuquí, como Arusí, cuenten con acceso a bachillerato. Les quitaron un peso de encima a las familias, a lxs jóvenes y niñxs de tener que salir de sus territorios para lograr “un futuro mejor”.
Andrés es un joven que vive en el corregimiento de Termales. Todos los días debe desplazarse hasta Arusí para ver sus clases en la escuela, sin importar que las mareas estén altas (la “puja”, como le llaman en el territorio), que llueva o que los ríos se crezcan.
Es así como se ha vuelto paisaje ver a niños, niñas y jovencitas pasándose de un pueblo a otro en pangas sin un adulto a cargo, balsos o quitándose el uniforme para pasar las desembocaduras de los ríos para llegar a clase.
Generalmente llegan a casa de una matrona, quien decidió prestar su casa para que los jóvenes puedan guardar sus cosas y cambiarse. En algunas casas les dan desayuno y, cuando no hay, van y compran pan con café. No han terminado de comer cuando suena el timbre del colegio que les indica que ya deben ir a hacer fila.
Antes de ingresar a clases los estudiantes deben hacer fila y allí reciben las instrucciones del día. Luego, pasan a los salones y, al ingresar, se encuentran con un panorama desolador: el docente les espera con una cartilla.
Desde hace muchos años, la cartilla es el método de enseñanza de muchos profesores que trabajan en estas partes del Pacífico colombiano: “Van a leer y desarrollar la cartilla, tienen ‘tantas’ horas”, indica el profesor.
He visto varias veces a estos jóvenes debajo de un árbol o algo que les dé sombra haciendo la tarea. Leen la cartilla y, luego, se ponen a jugar o buscan algo para hacer. ¿Dónde se encuentra el docente?
Generalmente, los docentes dan las instrucciones y se van a su casa. ¿Qué hacen los docentes en sus casas mientras los estudiantes leen una y otra vez una cartilla sin ningún tipo de acompañamiento que les permita problematizar el aprendizaje? ¿Qué tipo de aprendizajes promueven este tipo de prácticas educativas? ¿Este es un entorno protector para los estudiantes? ¿Quién les hace seguimiento a estos docentes? ¿Qué tipo de resultados se pueden esperar en las pruebas Saber?
Esta situación se agrava cuando se entiende el contexto en el que viven estos jóvenes, pues no han sido ajenos a múltiples procesos de violencia. En el año 2000 murieron cuatro personas por cuenta del conflicto armado; en el año 2020, una mujer fue torturada; en el año 2021, murieron tres jóvenes.
En este territorio marcado por la violencia emerge la fuerza y el deseo de jóvenes que quieren otras posibilidades para su vida, quienes buscan en la educación otras maneras de aportar a sus territorios. En este contexto, ¿qué les estamos ofreciendo a lxs jóvenes para su vida? Tristemente, si la respuesta fue “más violencia”, habríamos acertado.
¿Qué significa la violencia para una familia afrodescendientes en este país? Cuando un hijo o hija entra a las filas de un grupo armado, ¿qué pasa con esa vida? No creerán que solamente se enlista quien coge las armas: también lo hace, quiera o no, su propia familia.
Supongamos que Andrés termina haciendo “mandados” para cualquier grupo armado. Así se gana una plata que le sirve para dar sustento económico a su familia. Un día cualquiera este joven le manifiesta al párroco de la comunidad que tiene deseos de estudiar.
Hace poco un joven de la región me dijo: “Sáqueme de aquí, yo quiero ir a estudiar, no quiero más esta vida”. Este joven tiene cuatro hermanos y desde muy pequeño se encarga de su familia. Con muchos esfuerzos logró terminar el bachillerato.
Ahora su preocupación es no caer en la fila del olvido y de la muerte. Por eso dijo, una y otra vez, “sáqueme de aquí”. ¿Qué creen que pueda pasar con el deseo de estudiar de estos jóvenes que dejaron de hacer “mandados” y ahora empuñan un arma?
Cuando un joven logra ingresar al sistema de educación superior, no solo se está educando. Es un joven más que le quitamos a la guerra, a los carteles de droga, a los grupos armados. Es un joven que les quitamos al despojo y a la miseria de una guerra sin fin. Es una familia durmiendo con tranquilidad, que tiene acceso a otras formas de estar en el mundo. Es una familia que espera la muerte como un proceso natural de vida y no como algo que está al acecho.
El cambio de gobierno ha sido esperanzador. Me recuerda “Llorilé”, una canción del grupo Tamborito Nuquí: “Con este viento que sopla aquí, con este viento llego a Arusí”. Soplan vientos de cambio, que me permiten soñar que este gobierno puede llegar a territorios como el nuestro.
En muchos territorios hay un aire de esperanza. No en vano muchos jóvenes de territorios del Pacífico están preguntando por oportunidades de estudio, sin importar lo que eso implique para sus vidas. Como yo lo sé, porque lo viví, salir de su espacio de vida también tiene un costo cuando no se tiene familia por fuera que ayude a sostener el deseo de estudiar.
Los retos que tiene el actual gobierno, y especialmente el Ministerio de Educación Nacional, son muy grandes. ¿Cuáles son las rutas que les estamos ofreciendo a estxs jóvenes? ¿Cómo podemos sostenerles la promesa a cientos de jóvenes de que puedan construir un país mejor a través de la educación superior?
El Fondo Generación Valor del Icetex es una buena forma de empezar. Hay que propender por que logre impactos reales en territorios como Arusí. No obstante, es necesario contar con una estrategia de acompañamiento que no solo permita el acceso a las becas, sino que también acompañe a los estudiantes, familias, docentes y comunidades que rodeen este proceso.
Con la educación le estamos apostando a que la capacidad de soñar se ensanche y, con ello, se abran las formas de construir territorio, paz y equidad desde diversas instancias. Es una apuesta para la vida digna.