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¿PODRÍA PENSARSE QUE ESTE ES EL FIN DE LA ESCUELA?

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Tomada: Internet
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Miguel Rivera Alvarado.
Instituto para el futuro de la Educación México.
Difunde: Efraín Alzate S

Más allá de cómo resolvimos la contingencia, con años ganados o perdidos, o si tocó dejar que todos ganaran, con o sin el logro de aprendizajes fundamentales, cabría la pregunta: ¿No serán estos los síntomas que señalan el fin de la escuela y con ello, el de una era, de un sistema educativo ya en crisis? También es necesario preguntarse, hoy más que nunca, ¿cuál es el fin de la escuela, del colegio, de la Universidad, precisamente cuando la educación presencial no es posible? Lo que sí está claro es que no se pueden escolarizar los hogares.

La realidad en la pandemia y en la pospandemia fue la irrupción de la innovacióntecnológica en el sistema educativo, en medio del esfuerzo desesperado de gobiernos, universidades, escuelas y profesores por “capear las olas”. Nunca fue tan evidente esto de aprender, desaprender y reaprender, en distintos ciclos y dimensiones vitales). A la luz de los acontecimientos en todo el mundo, pareciera ser que la educación no necesita una escuela ni el aprendizaje necesita un aula. Llegado el fin de la pandemia, no fue la normalidad la que llegó, sino una nueva realidad hacia un nuevo escenario educativo con muchas preguntas al regresar a escuelas y universidades: ¿qué haremos con el tiempo
perdido? ¿Fue perdido el tiempo que estuvimos conectados, por lo menos quienes tuvimos la oportunidad? Etc.


La forma de reaccionar en la pandemia y pospandemia por COVID-19, es parte de la respuesta a la pregunta acerca del final de la escuela y de lo que esta significa, pero no lo es todo. Requiere reflexionar, discutir y construir una nueva respuesta a esta antigua pregunta: ¿Cuál es el sentido de la escuela? Los profesores y estudiantes amaestrados en las aulas unos enseñando y otros escuchando se vieron perdidos y anhelantes de regreso al silencio.


¿ Ha muerto la tradición escolar? Desde diversos espacios antes de la pandemia se venía planteando la idea de la perdida de vigencia de la vieja escuela y se hablaba de que la educación del futuro (universidad, escuela) en poco tiempo sería muy diferente, y fue la pandemia la que nos arrojó al vacío, para llevarnos a lo que hoy somos una sociedad cubierta por la incertidumbre y que nos conduce hacia una escuela que se está pensando de otra manera. Está claro, entonces, que la escuela, esa que entró en el inicio de la pandemia, ha muerto y junto con ella, el aula y aquellos profesores. El problema es que muchos no se han enterado o prefieren no saber y seguir funcionando a la espera de que esto pase y que al volver a “la escuela” (lugar, espacio, entorno), se retome la “antigua y normal” vida. Pero no. Esa escuela que conocimos, no la volveremos a ver a menos, claro, que sea parte de un paseo a través de museos en moles de cemento.


El conocimiento está en todas partes, repartido y distribuido. La escuela que enseñaba, los profesores que transmitían conocimientos y “pasaban la materia” no podrán volver (si vuelven, condenarán a sus estudiantes de por vida). La escuela de origen industrial, como
templo y monopolio del saber descansa en paz. Se acabaron las asignaturas. ¡Sí!, esos nichos, reductos, y trincheras donde agazapados, pero sin movernos un metro, nos permitía juzgar si los estudiantes eran dignos de aprobación, con suerte -si es que había tiempo y
ganas- retroalimentar. El aula (sinónimo de clase) como espacio la declaramos en un acta de defunción. Si antes provocaba inquietud, temor salir de ella, o distanciarse de sus gruesos muros, en esta hora, el aula ordenada y orientada a una pizarra o telón es un lejano recuerdo. Comprobamos que el aula no es un espacio, sino una situación de aprendizaje, un momento donde se construyen experiencias memorables.

La escuela, el colegio, la Universidad de hoy. No es la materia, los contenidos ni las asignaturas el fin de la escuela, sino la formación ética e integral que propone. La pandemianos mostró que la escuela, el colegio y la Universidad más que lugares físicos es un espacio simbólico, donde se materializa la convivencia respetuosa entre los seres humanos, la búsqueda del sentido de la vida, la supervivencia de la tierra y de la especie, la coconstrucción de ciudadanía, de las relaciones entre derechos y deberes, la responsabilidad por el nosotros colectivo, etc.

No solo ha muerto la escuela, también ha muerto el profesor de asignatura o de curso. Pero surge o nace uno nuevo, que transita del saber, al saber enseñar, hasta llegar al saber educar. Porque una cosa es saber historia, matemáticas, biología (propio de los historiadores, matemáticos y biólogos), y otra diferente es enseñar historia, enseñar matemáticas, enseñar biología (propio de los profesores de historia, matemáticas y biología), pero otra cosa muy distinta es: educar con la historia, con las matemáticas, con la biología.


¿Cuál podría ser entonces su perfil? Un educador(a) constructor de ambientes de aprendizaje; diseñador de situaciones desafiantes (retos, problemas); articulador y negociador de acuerdos, mediador de conflictos; facilitador de experiencias (proyectos); formador en habilidades sociales; especialista en conversaciones expansivas, etc. Surge entonces una nueva profesionalidad e identidad docente.

La escuela ha muerto, sí, esa que juraba y justificaba todo su quehacer encerrada sobre sí misma, pensando que los mejores estudiantes son los suyos a diferencia de las otras escuelas y estudiantes, sin contacto o relación entre ellos y que competía por demostrar (se) que era mejor que las otras escuelas o que tenía los estudiantes más vulnerables y que con esa población conseguía los resultados que podían situarla en algún ranking.

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