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Todavía no henos evaluado este gigantesco experimento educativo. Una reflexión colectiva sobre estudiantes y profesores universitarios tras un año de la pandemia

Profesor y estudiante: un vínculo necesario

El rector carismático de una de nuestras universidades decía que “si pudiéramos traer del pasado a personas del siglo XIX, los únicos que podrían trabajar sin ningún problema [pues su oficio ha cambiado muy poco] serían los profesores universitarios”. Quizás no sea culpa de los profesores, sino de un sistema que evoluciona muy lentamente.

Los métodos de enseñanza han cambiado poco a poco, en parte, porque el ser humano aprende por imitación y comunicación, actividades ordinarias que necesitan poca tecnología. A partir de la oratoria o cátedra, se puede formar una conexión entre alumnos y maestros efectiva para el aprendizaje: por eso se sigue usando en pleno siglo XXI.

En una clase presencial se transfiere el conocimiento; aún más, el maestro hace énfasis, señala prioridades y opina sobre lo que considera importante, según su experiencia. El cerebro necesita esta conexión durante el proceso de aprendizaje. Ahora que la pandemia nos ha hecho dar un gran salto evolutivo en la enseñanza, este vínculo entre maestros y estudiantes debe perdurar.

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En vista de los planes de volver a la “presencialidad” lo antes posible, quisimos adelantar una reflexión colectiva sobre las oportunidades y los retos que se nos presentan en la educación universitaria tras un año en pandemia. A continuación, la primera entrega de este esfuerzo.

Presencialidad y profesores: el riesgo de estar ahí

Las clases presenciales son un riesgo y un reto, debido a los factores de transmisión del virus SARS-CoV-2: el número de personas que asistirán, sus contactos previos, sus posibles interacciones y el uso de transporte colectivo; además, hay que considerar el lugar de las sesiones (por ejemplo, su ventilación y las posibilidades de distanciamiento que ofrece).

El cerebro necesita la conexión de la clase presencial durante el proceso de aprendizaje.

Estudios en Estados Unidos mostraron que a raíz de su reapertura, algunas universidades tuvieron más casos de infección. Esto ocurría en reuniones sociales con un alto número de estudiantes y en espacios cerrados como talleres o laboratorios. Debido a este tipo de transmisión, se tomaron de nuevo medidas como el aislamiento, la educación en línea o el cierre del campus.

En Suecia se hizo uno de los pocos estudios que involucra a estudiantes de secundaria, profesores y familiares; compara las tasas de transmisión en la educación presencial y en la remota: en la presencial hay un leve aumento de infecciones entre los padres de los estudiantes, pero el riesgo fue mayor para los profesores.

Por lo tanto, es importante caracterizar los factores de riesgo de los docentes y de su entorno. También hay que seguir los protocolos de bioseguridad personales y comunitarios durante las clases presenciales.

El sufrimiento oculto de la virtualidad

Es habitual considerar la salud física y la salud mental como si fueran dos entidades separadas. En verdad, son mucho más cercanas: la ansiedad por una carga laboral intensa, unida a sentimientos de soledad y a responsabilidades de cuidado en el hogar, puede tener consecuencias serias para la salud física, especialmente en el sistema inmune; durante la pandemia, esto es particularmente delicado.

Los profesores son sensibles al bienestar de sus estudiantes; históricamente, las aulas han servido para reconocer problemas personales y familiares. Los estudiantes tienen menos contacto físico —y menos riesgo— en la educación virtual; pero el profesor podría ser el único adulto en contacto con el estudiante, aparte de su familia, lo cual hace que sea la única vía para identificar problemas de salud mental y bienestar.

Pero los profesores no siempre están formados para este tipo de diagnóstico e intervención. Esto aumenta la presión y responsabilidad emocional del profesor y disminuye las oportunidades de apoyo a los estudiantes.

En los campus universitarios hay algunos mecanismos para monitorear y atender problemas de salud mental de los estudiantes, pero son insuficientes para los profesores. No es común que el maestro muestre su vulnerabilidad, porque lo hace perder la autoridad y la integridad de la clase; más difícil aún es aceptar o buscar ayuda en casos de estrés severo y sentimientos de incapacidad.

Las instituciones deben reconocer esta situación y ofrecer espacios seguros de reconocimiento, de manera que las estrategias de apoyo lleguen a los docentes en modalidades presenciales y virtuales.

Un cambio abrumador pero necesario

Ya ha pasado más de una década desde que el experto Roger Schank juzgara que “el e-learning actual es la misma basura, pero en diferente [formato]”.

No se necesitaba una pandemia para darnos cuenta, pero esta ha desenmascarado los problemas que aquejan a un sector que aún está anclado en unos preceptos y prácticas propios de la Ilustración, a pesar de las nuevas tecnologías.

Cuando comenzaron las cuarentenas, instituciones e individuos nos chocamos de frente con las nuevas tecnologías: debíamos migrar contenidos y conferencias que se ofrecían de manera presencia.

Antes, las instituciones llevaban años experimentando tímidamente con la enseñanza mixta, mediante plataformas donde se ofrecían unos pocos cursos en línea. Con la pandemia, pasamos abruptamente hacia unas plataformas cada vez más presentes y dominantes —como Zoom, Meet, Teams, etc.—; muchas ni siquiera estaban presentes en el vocabulario colectivo. De un momento a otro se abandonó la presencialidad.

Rápidamente, los profesores tuvimos que seguir dictando nuestras clases en nuevos espacios, que se habían aprovechado poco.

Aún tenemos que analizar los resultados de este gigantesco experimento colectivo; pero sí se ha puesto en duda un modelo pedagógico y didáctico que ya tiene poco que ofrecer.

Son menos las oportunidades de interactuar con unos estudiantes cada vez más fatigados y desmotivados, sobrecargados con una inmensa cantidad de información.

Debido a los arcaísmos de este modelo de enseñanza, la evaluación de competencias ha entrado en una crisis mayor; ahora sabemos poco sobre cómo evaluar qué y sobre cuál conocimiento realmente adquieren los estudiantes.

Otros tiempos y espacios para la universidad

A lo anterior se suma la dificultad de muchos estudiantes y profesores de universidades y colegios públicos, particularmente de aquellos que viven en zonas rurales y olvidadas.

De la noche a la mañana se notaron la escasez de equipos personales aptos para la educación virtual y la falta de conectividad. En la mayoría de los hogares, había apenas un smartphone; las familias los usaban por turnos para mirar las tareas, copiarlas en papel y decirle al profesor que “hoy tampoco hay conexión”.

En caso de tener un computador, toda la familia debía compartirlo: padres con trabajo virtual e hijos con educación en línea; todo esto, de manera simultánea, pues los horarios de trabajo y educación no se adaptaron. Otros debían recurrir a los cafés internet e, incluso, caminar largas distancias para obtener suficiente señal para dictar o recibir clases.

El gobierno nacional trató de apoyar a los estudiantes mediante el préstamo de equipos (computadores, tabletas y teléfonos inteligentes) y convenios con empresas de telefonía celular; pero muchos profesores quedaron en el olvido y debieron buscar la manera de seguir con sus propios recursos.

Los profesores son sensibles al bienestar de sus estudiantes; históricamente, las aulas han servido para reconocer problemas personales y familiares.

A pesar de todas las dificultades, los retos obligaron a innovar. Sin importar la edad o la generación, los docentes asumieron el desafío de transmitir el conocimiento a través de una pantalla.

Algunos migraron el contenido de sus clases presenciales a lo virtual, manteniendo una metodología similar y completando las actividades de manera simultánea con sus estudiantes (clase sincrónica); otros se animaron a crear contenidos interactivos, a explorar recursos en línea y a diseñar talleres (clase asincrónica). En algunos casos, dieron a los estudiantes más responsabilidad sobre su educación, mediante las aulas invertidas, por ejemplo.

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César Asprilla Fundador y Director de la REEA, Magister en Gestión de las Tecnologías Educativas. Fans Page https://www.facebook.com/ceasmu1/ Contacto: +57 3006928728