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José Luis Jiménez es un respetado científico español y profesor de la Universidad de Colorado (EU) a quien la OMS y la mayoría de gobiernos del mundo ha debido prestarle desde hace meses mayor atención por sus valiosas observaciones en torno al papel de los aerosoles en la propagación del COVID-19.
El pasado 15 de febrero el Dr. Jiménez fue el único de los firmantes de habla hispana que suscribió una carta a los asesores del presidente de Estados Unidos, Jeffrey Zients, Rochelle P. Walensky y Anthony S. Fauci, pidiendo acciones de la primera potencia del mundo para abordar la exposición por inhalación al SARS-CoV-2.
Entre los restantes firmantes sobresalen los nombres de más de una decena de científicos de renombre mundial entre los que pueden mencionarse a Rick Bright, Lisa M. Brosseau, Lynn R. Goldman, Céline Gounder, Yoshihiro Kawaoka, Linsey Marr, David Michaels, Donald K. Milton, Michael Osterholm, Kimberly Prather y Robert T. Schooley.
En su cuenta de twitter Jiménez, con los recursos pedagógicos propios de un educador ha insistido a través de permanentes trinos, que entre las tres formas de propagación del virus, se han sobrestimado el contagio por contacto con superficies y por gotículas (proyectadas al hablar) y se le ha prestado poca o ninguna atención al papel que juega la transmisión a través del aire (aerosoles).
Los aerosoles, a diferencia del humo de un cigarro, que si puede ser percibido y evitado, son gotículas menores a 100 micras que se exhalan desde la nariz al respirar y desde la boca cuando hablamos, cantamos, gritamos, reímos o simplemente tosemos y que pueden permanecer suspendidas o flotando en el aire. Por ello es supremamente importante, aun estando solos momentáneamente y en un recinto cerrado, no relajarnos y descuidadamente desproteger nuestra nariz y boca.
En razón de esta circunstancia poco mencionada en Colombia, país con un nada despreciable número de contagios y muertes a nivel mundial, las campañas pedagógicas deberían por tanto partir por cambiar el inadecuado nombre de ‘tapabocas’ dado a las máscaras y que incide en que muchos ciudadanos o no las ajusten bien o descubran su nariz.
Subestimar el contagio por aerosoles, sostiene Jiménez, ha sido el resultado de una especie de anclaje de buena parte de la comunidad científica mundial a un paradigma o idea errada no suficientemente superada, que cumple 111 años y que arrancó con los trabajos del Dr. Charles Value Chapin sobre contagio por gotas (droplets).
Sobre la base de este error, en todo el mundo se ha hecho frente a la contención en la propagación del COVID-19 de manera poco acertada pues la mayoría de las medidas se han enfocado en priorizar y propagandizar temas como el del mantenimiento de la distancia entre personas y la desinfección de superficies, que si bien son importantes no alcanzan a ser suficientes frente a la posibilidad de entrar en contacto con el virus no a través de las manos o de gotículas sino respirándolo.
«Decir que el virus se transmite «por el aire» es la forma más clara de explicarle la transmisión a la gente» sostiene Jiménez. El virus, invisible al igual que el aire, puede ser respirado y llegar a nuestro organismo. Esto puede ocurrir al estar, sin un tapabocas adecuado, muy cerca de alguien que habla y exhala el virus o, aun guardando la distancia, al respirar en un espacio cerrado el mismo aire que recircula expelido por alguien ya enfermo.
Y aquí viene otro de los aportes importantes de Jiménez y de quienes con él coinciden leíble en uno de sus trinos: «La pandemia es en parte resultado de respirar aire exhalado por otros sin suficiente dilución, la distancia diluye, el aire libre diluye, la ventilación diluye». Luego en el mismo tuit el científico se pregunta si el aire que se respira en interiores ¿está suficientemente diluido?
A partir de lo expuesto se infiere, que más que medidas como tomar distancia o usar tapabocas y lentes para prevenir el contacto con gotículas debe prestarse especial atención a otras medidas no menos importante, para evitar la inhalación del virus, tales como tener especial cuidado en recintos cerrados, ventilar suficientemente para la renovación del aire y medir la concentación en espacios cerrados de los niveles de CO2.
Por debajo de 700 ppm de CO2 los riesgos de contagio por inhalación disminuyen. Por encima de 800 ppm los riesgos se acrecientan. En tal sentido los gobiernos y la ciudadanía en general deberían enfocarse, en una mayor proporción, y para evitar la propagación del virus, en medidas tales como medición permanente de CO2 (para saber exactamente cuándo ventilar), utilización de filtros HEPA, renovación del aire y evitar la exposición prolongada de personas en espacios cerrados y generalmente mal ventilados como las aulas escolares.
Por: Alberto Ortiz Saldarriaga