«Los cambios silenciosos en la formación escolar.»
Por José Eliecer Palomino Rojas.
Noviembre, lejos de ser un mes de celebraciones, llega para muchos estudiantes como un recordatorio inevitable: cada decisión, cada tarea aplazada, cada momento de distracción vuelve a tocar la puerta.
Para los docentes, en cambio, noviembre trae un eco distinto: el eco de las preocupaciones, de los balances finales, de las preguntas difíciles, de los reclamos que aparecen incluso allí donde el esfuerzo fue constante.
Es el mes donde la verdad académica se refleja sin adornos.
Un mes donde cada nota deja de ser número y se convierte en espejo.
Aquel día, el sueño se abrió
En uno de esos días cargados de cierre y reflexión, el sueño se abrió como si anunciara un mensaje.
En él, algunos estudiantes corrían buscando su grupo: 6°A-B-C, 7°A-B-C-D-E, 8°A-B-C-D, 9°A-B-C, 10°A-B-C-D, 11°A-B-C, como si la prisa pudiera corregir meses enteros de descuido, por cada uno de ellos.
Pero al llegar al Undécimo B, el aula era otra cosa. El piso estaba cubierto de grama verde, fresca y luminosa, como si la vida quisiera brotar incluso en medio del cansancio. Al fondo se levantaba un cerro de montaña, imponente y silencioso, recordando que educar también es sembrar en terrenos de esperanza.
Las sombras de los estudiantes, largas sobre aquella grama, parecían contar historias de decisiones, silencios y aprendizajes que no siempre se dicen en voz alta. Fue entonces cuando una verdad se dibujó con claridad: los distractores del mundo, celulares, redes, videos juegos, han apagado en muchos jóvenes la chispa interior que antes encendía el deseo de aprender.
No por maldad, no por rebeldía, sino porque el mundo cambió más rápido que la escuela. Los nuevos desafíos, los nuevos retos y las nuevas estrategias de enseñar,
los docentes avanzan entre pasillos con carpetas pesadas llenas de planillas, con valoraciones algunas de saldos pendientes, por actividades tardías que algunos estudiantes deben ponerse al día y sus corazones que, aunque cansados, siguen creyendo en la responsabilidad de sus estudiantes. Su labor ya no es solo enseñar contenidos: ahora deben competir contra estímulos constantes, contra el ruido de lo inmediato, contra el vértigo y el reto desafiante de las pantallas.
Antes, las familias preguntaban con firmeza y autoridad a sus hijos: «¿Por qué perdiste? ¿Por qué sacó esta nota?.»
Hoy, la pregunta se mueve hacia otro lugar, hacia otros espacios y hacia otras personas:
“Profesor, ¿por qué mi hijo obtuvo esta nota?”, ¿Profe, por qué le colocó esta nota mala a mi hijo?,o Profe, ¿Por qué mi hijo perdió con usted?. De esa forma llena de cuestionamientos hacia los docentes, los papeles se invirtieron; y las preguntas ya no busca responsabilidades sino culpables; y las tutelas, los derechos de petición, los reclamos, los señalamientos todo recae sobre quien enseña y sobre las instituciones educativas.
La intención no es herir; es una manifestación de un tiempo distinto. Un tiempo donde la responsabilidad se confunde, donde el acompañamiento se exige más a la escuela que al hogar.
Pero aun así, la educación resiste.
Resiste porque su esencia es más antigua que cualquier tendencia.
Noviembre, un espejo que no engaña…
Noviembre muestra todo tal como es: el esfuerzo honesto, la disciplina silenciosa, los talentos que crecieron sin hacer ruido. Pero también revela las tareas que no se entregaron, las clases que se perdieron entre distracciones, las oportunidades dejadas a la deriva.
No se trata de culpas ni de castigos. Se trata de consecuencias, de procesos, de un viaje personal que cada estudiante debe aprender a asumir.
La escena de los cuadernos abiertos
Sobre el escritorio, los cuadernos abiertos, hablaban más que los propios estudiantes.
Algunos mostraban esfuerzo.
Otros, apenas líneas dispersas, como si la tinta misma supiera de ausencias, renuncias y sueños postergados. Allí se veía otra realidad: hubo estudiantes que asistieron a las semanas de recuperación con deseos de levantarse;
otros no se presentaron;
y algunos renunciaron con una osadía desconcertante:
“Profe, colóqueme cero porque no voy a presentar la recuperación.” «No estudié, no estoy preparado, esa recuperación está extensa y difícil».
La escena recordaba, además, que todo esto sucedía en un tiempo decisivo: la semana de Recuperaciones, del 19 al 27 de noviembre, una oportunidad que muchas instituciones públicas ofrecen para evitar la reprobación del año escolar.
Una ventana breve, pero cargada de significado, donde algunos se levantan… y otros la dejan pasar como si nada.
El sueño volvió a abrirse
Y allí, en medio de esa visión, apareció un mensaje más profundo: «si la educación quiere seguir siendo faro, debe recordar lo esencial».
Los jóvenes todavía pueden levantarse.
Las familias pueden volver al diálogo.
Los docentes pueden seguir sembrando incluso donde la tierra parece árida, inhospita.
La grama del sueño no era casualidad: era símbolo de renacer,
de volver a empezar,
de recordar que la vida brota incluso en los lugares donde ya no se esperaba nada.
Así comenzó y terminó el año 2025.
Con sombras que enseñaban.
Con grama que invitaba a sembrar de nuevo.
Con estudiantes que entendieron, unos tarde, otros a tiempo, que cada día cuenta. Con familias reencontrándose con el verdadero sentido del acompañamiento.
Con docentes que dieron más de lo que cualquier informe puede mostrar.
El 2025 terminó como terminan los años que dejan huella:
con silencios que reflexionan,
con aprendizajes que no caben en un boletín,
y con la certeza de que la educación, la escuela, los colegios, seguirán siendo ese lugar,
donde un sueño se abre…
y donde todo puede empezar de nuevo.







